jueves, 18 de septiembre de 2014

LOS ESPEJOS DISTORSIONANTES (cuento)






Una cría de ardilla nació con un gran sentido  de afirmación y valentía, ni seguía a nadie ni quería seguidores. Era un alma libre que tampoco le interesaba subyugar a nadie. Su interés estaba en compartir.

Se enfrentaba a la vida con su coraje, su sinceridad y su autenticidad frente a quien fuese necesario y, como no, firmaba con su nombre con una   rúbrica de tan sólo una línea que lo subrayaba. Si, sabía bien quién era, lo que realmente le gustaba y también lo que quería y a dónde se dirigía. La tierra se rendía a sus pies ante su fuerte sentido de determinación y su gran voluntad. Toda la naturaleza respetaba sus pasos porque su proceder era recto y ecuánime, además había ausencia de miedo, cosa poco habitual entre los seres vivos. Quien más, quien menos había sentido dentro de sí  el cosquilleo del miedo en alguna que otra ocasión. Ella tan sólo escuchaba su propia voz, que surgía del fondo de su corazón. La época dorada tan sólo duró hasta los 7 años.

Una vez pasados éstos y al cumplir los ocho, después de la celebración en el jardín y al volver a la casa familiar, tan sólo abrir la puerta vio por vez primera  los  "espejos distorsionantes”. Cada pared contenía uno y le reflejaba una imagen de sí misma algo deformada. Unos la mostraban alargada, otros bajita, otros gordita…. Al llegar a su habitación se tumbó en la cama con un gran mareo, desconcertada, aturdida y triste. En todos ellos veía algún rasgo que se le parecía, pero también reconocía que no era su imagen verdadera, y se veía rara y fea. Todas aquellas imágenes la hicieron llorar con desespero. Se acurrucó abrazada a la almohada con la ilusión de que a la mañana siguiente todo esto sólo se tratara de un mal sueño. Cuando se despertó, bajó a desayunar y se vio de nuevo en los espejos. Eran las mismas imágenes del día anterior y pronto volvió a sentirse extraña. Poco a poco aquellas imágenes le provocaban dudas, extravíos, tristezas y también el miedo se infiltró en su ser. Tanto reflejo nublaba su autenticidad y con el pasar de los años llegó a aceptar las diferentes imágenes. No se identificaba con ninguna y por eso dejó de gustarse a sí misma, por haber olvidado su imagen original. Aunque quisiera no podría recordarla, estaba guardada bajo llave y no se sabía dónde estaba escondida.

Nuestra ardilla de valiente pasó a ser sumisa, complaciente e insegura. Dejó de confiar en sí misma y creyó todo lo que venía y se decía en su entorno.

Su vida se volvió gris y se llenó de niebla, donde nada se veía con claridad. Empezó a hacer y a elegir aquello que se suponía era lo adecuado y correcto y su voz se fue apagando y con ella su fuerza.

Tuvo algunas parejas, pero esto tampoco trajo color a su vida, seguía gris.

Un día se fue a lavar ropa al río. Mientras estaba frotándola con jabón, oyó una voz que la llamaba por su nombre. Miró a su alrededor y no había nadie. -¿Quién eres? ¿Dónde estás?- exclamó- y una ranita saltó hasta su hombro.

-Tengo la llave

-¿La tienes? ¡Pues dámela!

-No puedo, es invisible a causa de la niebla, para deshacerla tienes que enfrentarte a todas las imágenes de los “espejos distorsionantes”, ver como se han formado, ver de que están hechas, quien las proyectó y esto hará que los espejos se rompan. Cuando se hayan roto todas, vuelve aquí y te entregaré la llave, que ya será visible.

La ardilla regresó a su aldea y no hizo nada de extraordinario, pero aprendió a observar con profundidad.

Transcurrieron algunos años en los que básicamente invirtió todo su tiempo en observar y escuchar en silencio y un día una vocecita en su interior le dijo: “Esas imágenes no te pertenecen, te las han impuesto y se han adherido a ti”. ¿Por qué las aceptas como si fueran tuyas? ¿Por qué te identificas con ellas?". Se quedó perpleja y empezó a tratar esas proyecciones con un cierto distanciamiento y al hacerlo así, como si no fueran con ella, poco a poco vio su auténtica procedencia y fue viendo que personas estaban detrás de esos espejos. Unas eran próximas, algunas simpatizantes, otras no… pero todas, sin saberlo, creaban sus reflejos en ella. El gran descubrimiento fue que todas las imágenes estaban teñidas por los tintes de colores de quienes las habían creado y esa era la causa de su distorsión.  Este reconocimiento hizo que se rompieran todos esos espejos que no le ofrecían la verdad.

Fue entonces cuando volvió al río al encuentro de la ranita, pero habían pasado quizás demasiados años y no estaba segura de hallarla, pero habría que intentarlo. Se acercó al río y la ranita no aparecía. Pasó largas horas esperando y cuando ya lo daba por perdido, vio que el agua le ofreció su propia imagen y por fin se reconoció a sí misma, mientras oía la voz de la ranita que le decía: "Hallaste la llave invisible y  venciste a los “espejos distorsionantes” esto te da acceso a abrir y conectar de nuevo con tu fuerza interior”.

Y así fue, la volvió a sentir y también su autenticidad, Su vida se volvió más genuina, apasionada, vibrante… pues vivía todo intensamente, como los niños. Se sentía bien interiormente y exteriormente a su alrededor el clima también cambió: desapareció la bruma y todo se podía ver con gran claridad, no habían sombras, las cosas se veían por sí mismas, tal cual eran, con toda su genuinidad.