Una cría de
ardilla nació con un gran sentido de afirmación y valentía, ni seguía a
nadie ni quería seguidores. Era un alma libre que tampoco le interesaba
subyugar a nadie. Su interés estaba en compartir.
Se enfrentaba a la
vida con su coraje, su sinceridad y su autenticidad frente a quien fuese
necesario y, como no, firmaba con su nombre con una rúbrica de tan
sólo una línea que lo subrayaba. Si, sabía bien quién era, lo que
realmente le gustaba y también lo que quería y a dónde se dirigía. La tierra se
rendía a sus pies ante su fuerte sentido de determinación y su gran voluntad.
Toda la naturaleza respetaba sus pasos porque su proceder era recto y ecuánime,
además había ausencia de miedo, cosa poco habitual entre los seres vivos. Quien
más, quien menos había sentido dentro de sí el cosquilleo del miedo en alguna que otra
ocasión. Ella tan sólo escuchaba su propia voz, que surgía del fondo de su
corazón. La época dorada tan sólo duró hasta los 7 años.
Una vez pasados éstos y al cumplir
los ocho, después de la celebración en el jardín y al volver a la casa
familiar, tan sólo abrir la puerta vio por vez primera los "espejos
distorsionantes”. Cada pared contenía uno y le reflejaba una imagen de sí misma
algo deformada. Unos la mostraban alargada, otros bajita, otros gordita…. Al
llegar a su habitación se tumbó en la cama con un gran mareo, desconcertada,
aturdida y triste. En todos ellos veía algún rasgo que se le parecía, pero
también reconocía que no era su imagen verdadera, y se veía rara y fea. Todas
aquellas imágenes la hicieron llorar con desespero. Se acurrucó abrazada a la
almohada con la ilusión de que a la mañana siguiente todo esto sólo se tratara
de un mal sueño. Cuando se despertó, bajó a desayunar y se vio de nuevo en los
espejos. Eran las mismas imágenes del día anterior y pronto volvió a sentirse
extraña. Poco a poco aquellas imágenes le provocaban dudas, extravíos,
tristezas y también el miedo se infiltró en su ser. Tanto reflejo nublaba su
autenticidad y con el pasar de los años llegó a aceptar las diferentes
imágenes. No se identificaba con ninguna y por eso dejó de gustarse a sí misma,
por haber olvidado su imagen original. Aunque quisiera no podría recordarla,
estaba guardada bajo llave y no se sabía dónde estaba escondida.
Nuestra
ardilla de valiente pasó a ser sumisa, complaciente e insegura. Dejó de confiar
en sí misma y creyó todo lo que venía y se decía en su entorno.
Su vida se
volvió gris y se llenó de niebla, donde nada se veía con claridad. Empezó a
hacer y a elegir aquello que se suponía era lo adecuado y correcto y su voz se
fue apagando y con ella su fuerza.
Tuvo algunas
parejas, pero esto tampoco trajo color a su vida, seguía gris.
Un día se
fue a lavar ropa al río. Mientras estaba frotándola con jabón, oyó una voz que
la llamaba por su nombre. Miró a su alrededor y no había nadie. -¿Quién eres?
¿Dónde estás?- exclamó- y una ranita saltó hasta su hombro.
-Tengo la
llave
-¿La tienes?
¡Pues dámela!
-No puedo,
es invisible a causa de la niebla, para deshacerla tienes que enfrentarte a
todas las imágenes de los “espejos distorsionantes”, ver como se han formado,
ver de que están hechas, quien las proyectó y esto hará que los espejos se
rompan. Cuando se hayan roto todas, vuelve aquí y te entregaré la llave, que ya
será visible.
La ardilla
regresó a su aldea y no hizo nada de extraordinario, pero aprendió a observar con profundidad.
Transcurrieron algunos años en los
que básicamente invirtió todo su tiempo en observar y escuchar en silencio y un
día una vocecita en su interior le dijo: “Esas imágenes no te pertenecen, te
las han impuesto y se han adherido a ti”. ¿Por qué las aceptas como si fueran
tuyas? ¿Por qué te identificas con ellas?". Se quedó perpleja y empezó a
tratar esas proyecciones con un cierto distanciamiento y al hacerlo así, como
si no fueran con ella, poco a poco vio su auténtica procedencia y fue viendo
que personas estaban detrás de esos espejos. Unas eran próximas, algunas
simpatizantes, otras no… pero todas, sin saberlo, creaban sus reflejos en ella.
El gran descubrimiento fue que todas las imágenes estaban teñidas por los
tintes de colores de quienes las habían creado y esa era la causa de su
distorsión. Este reconocimiento hizo que
se rompieran todos esos espejos que no le ofrecían la verdad.
Fue entonces cuando volvió al río
al encuentro de la ranita, pero habían pasado quizás demasiados años y no
estaba segura de hallarla, pero habría que intentarlo. Se acercó al río y la
ranita no aparecía. Pasó largas horas esperando y cuando ya lo daba por
perdido, vio que el agua le ofreció su propia imagen y por fin se reconoció a
sí misma, mientras oía la voz de la ranita que le decía: "Hallaste la
llave invisible y venciste a los
“espejos distorsionantes” esto te da acceso a abrir y conectar de nuevo con tu
fuerza interior”.
Y así fue, la volvió a sentir y
también su autenticidad, Su vida se volvió más genuina, apasionada, vibrante…
pues vivía todo intensamente, como los niños. Se sentía bien interiormente y
exteriormente a su alrededor el clima también cambió: desapareció la bruma y
todo se podía ver con gran claridad, no habían sombras, las cosas se veían por sí
mismas, tal cual eran, con toda su genuinidad.
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