Una familia trasladó su
residencia a otro barrio y, entre tanto ajetreo de la mudanza, el hijo pequeño
quedó olvidado en el sótano de la nueva casa, entre enseres que nadie reclamaba
por su antigüedad e inutilidad.
Lo más curioso es que
nadie reclamase su presencia, ni le echasen de menos. Ponían tres platos, en
lugar de cuatro y todo lo ajustaron a tres miembros familiares, parecía que
todo entraba dentro de la más absoluta
normalidad.
Mientras la vida del
pequeño transcurría en la más plena oscuridad
de aquel habitáculo, cuya única compañía eran los muebles viejos. A tientas iba
familiarizándose con ellos. Se decía para sí mismo: “Ah!, tu eres una silla,
pues te llamaré Sevilla –quien va a Sevilla pierde su silla. Tú eres un balancín,
pues te llamaré bailarín –por tu movimiento…” y así iba ahuyentando el miedo que sentía por estar
encerrado a oscuras y completamente solo.
Balancín era quien más le
consolaba gracias a su balanceo y quien calmaba sus sollozos, cuando estos le
sobrevenían.
A los pocos días el niño
empezó a tener hambre y a encontrar en falta el habitual alimento. Se
entristeció por la ausencia de comida, pero Balancín lo abrazó diciéndole: “No
temas, la providencia proveerá con nuevos alimentos”, pero el niño no paraba de
llorar por el hambre y también por la humedad, que ya empezaba a calar en sus
pequeños huesos. Por la noche, cuando dormía acurrucado en un viejo y
polvoriento sofá, un pequeño ruido le despertó y vio unas pequeñas lucecitas
que apenas iluminaban un rinconcito. Se acercó y vio una fila de doce ratoncitos. El niño exclamó:”¡Pero si hay
vida animal! Benditos ratoncitos. ¿Queréis ser mis amigos?”. Los ratones se
quedaron muy sorprendidos, pues ningún humano jamás les había hecho una
propuesta similar. Fue entonces cuando Sevilla intervino: “no temáis amigos, es
solo un pobre niño abandonado, indefenso, que está solo y busca vuestra
compañía. Apiadaros de su soledad”. –Hum…! Bueno dijo mamá ratón, ¿Por qué no?
Yo podría adoptarte, pero tienes un tamaño exagerado para formar parte de mi
familia”. Entonces Bailarín intervino: “No te iría mal, seguro que os podrá
ayudar en algunas cosas…”. -Bueno vale,
me ocuparé de él –dijo ella-. Y de este modo fue adoptado. Cada noche le traían
un poco de alimento y los más pequeños jugaban con él. Este pequeño, pero
importante cambio, trajo un poco de sosiego a su vida.
Un día todos sus amigos,
de aquel extraño habitáculo, decidieron bautizarle con el nombre de Olvido. Al
niño le pareció bien, pues como nadie pronunciaba ya su nombre original llegó a olvidarlo.
El arropamiento de sus
nuevos amigos hicieron, que poco a poco, sus huesos se restablecieran y formasen
una capa de impermeabilidad que repeliese la humedad.
Los nuevos hermanos se
reunían con el niño cada noche e inventaban nuevos juegos. Un día mientras
gateaba para seguirles, dio con una trampilla. La abrió y vio un túnel
y del fondo se oía como una voz susurrante que le invitaba a bajar y
le decía: “Si bajas tu destino cambiará, vence
tu miedo”. Los ratoncitos intentaron frenarle, pero no lo lograron y se
fue tras la voz por el interior del túnel. Sus numerosos hermanos se miraron y
decidieron también bajar, pues intuían que necesitaría de su ayuda y la madre
que los vio también se sumó a la aventura.
Todos seguían una tenue
luz, que se veía a lo lejos. Aquel pasadizo se veía muy confortable para ser
únicamente una vía subterránea. Sus linternitas enfocaban paredes que estaban bellamente decoradas con
minerales preciosos y también contenían bellas pinturas murales. Se
quedaron muy sorprendidos, más bien aquello parecía un museo. Apreciando toda
aquella belleza, iban siguiendo su trayectoria, aunque no sabían a dónde les
llevaría.
Los ratones empezaban a
preocuparse por la ausencia de alimentos, pues allí no se veía indicio de
ningún almacén, ni despensa ni conducto que llevase a ninguna cocina.
Anduvieron varios días y cuando ya empezaban a preocuparse en demasía, se oyó
una voz humana. El ratón más joven se percató de un ruido, alzaron la cabeza y vieron unos
hombres en un elevador. "Debemos escondernos, que no nos vean o estamos perdidos"
–dijo un ratón-. Cuando se marchen utilizaremos el elevador para ver si nos
conduce al encuentro de algún alimento.
Esperaron a que se
marchasen y se subieron, fueron ascendiendo hasta que se paró y se bajaron.
Traspasaron una puerta y
no daban crédito a lo que veían, frente a sus ojos se alzaban muchos sacos de
alimentos: hortalizas, cereales, frutas... No pudieron contenerse y
empezaron a dar saltos y bailotear, pero el niño les hizo callar, pues no era
prudente hacer ni el más mínimo ruido,
sin antes confirmar que no había nadie en aquella habitación. De puntillas
fueron desplazándose, hasta asegurarse de que estaban completamente solos.
Entonces, ya tranquilos, comieron hasta saciarse. Viendo que en ese lugar la
comida estaría asegurada generosamente, decidieron instalarse. Aquello era como
un hotel de lujo, donde nada faltaba.
Ahora, poco a poco,
tendrían que descubrir y conocer, aunque fuera de lejos, a los propietarios y
habitantes que allí residían.
Empezaron a registrar
todas las preciosas habitaciones y poco a poco, con cautela, fueron
descubriendo a las personas que allí vivían. Había muchos sirvientes, quizás
demasiados, para tan pocos humanos. Servían tan solo a un matrimonio que tenía
una niña. Olvido enseguida se fijó en ella, los padres la llamaban Áurea, a él le parecía
una estrella, pues irradiaba una extraña luz por la cual se sentía muy atraído
y quería conocerla, pero debía meditar como acercarse sin que ella se asustara. Por el momento tan solo la
observaba, según los ratones pasaba demasiadas horas mirándola y empezaban a
preocuparse por su actitud ensimismada. Parecía tan ausente y tan indiferente a
su compañía, que se sintieron ofendidos; pero la madre les informó, que esto
podía ser normal, al fin y al cabo era una niña de su misma edad y él había
perdido a su verdadera familia. De este modo sintieron cierta compasión
hacia él, aunque no gozaban de su compañía como antes, pues ya no se sumaba a
sus juegos.
Aquella niña era muy
distinta a las que había conocido, era muy tranquila y sus movimientos eran
lentos y armónicos. Sus actitudes y gestos eran más maduros de los que
corresponderían a su edad. La admiraba, pero a la vez no se sentía a su altura y temía dar el paso de conocerla
por miedo a ser rechazado; sin embargo había una fuerza mayor en él que le
impulsaba a hacerlo. Quería ser su amigo, pero le parecía una pequeña Diosa o una
princesa. Era como un ser precioso que le parecía inaccesible. Cada día la
observaba, no dejaba de hacerlo ni un solo día. Se sentía imantado hacia ella,
sin saber exactamente por qué. Los ratones ya le daban por un caso perdido,
pues solo ella tenía exclusivamente su atención. De todas formas a diario lo
vigilaban y le llevaban alimento.
Un día apareció en uno de
sus sueños y la vio a su lado silenciosa irradiando esa energía que tanto
apreciaba, era como un bálsamo para su ser. Vestía de blanco, le cogió de la
mano y dijo: “Es hora de elevarnos”. No sabía cómo pero en unos instantes, sin
artilugio alguno, se elevaron y al poco rato flotaban entre nubes.
Le miró y le dijo
telepáticamente, que era su forma de comunicarse: “¿Qué se siente al estar a la
misma altura de las nubes? –y Olvido respondió: “Gran libertad y amplitud de
miras, no hay límites”. –Exacto –respondió ella y continuó diciendo: “Sé que querías conocerme, estar a mi lado y
aquí estamos los dos, ahora reposando sobre una nube de algodón, construida
especialmente para nosotros. Porque lo sepas o no, eres muy especial y me han
asignado tu guarda.” –Todo esto se lo dijo mirándole de frente a los ojos,
mientras él recibía sus pensamientos sin mediación de ninguna palabra. –Bueno
ahora ya nos conocemos, pero al
despertar ya no me verás más, solo podrás sentirme y escucharme dentro de tu
corazón. Acude a mí siempre que estés desorientado, yo te podré aconsejar
sabiamente, no lo dudes. Yo barreré tus dudas, tus miedos… acude a mí, porque
yo soy desde hoy tu ángel y siempre
estaré contigo, en tu mismo camino de la vida, para guiarte, incluso en los
momentos más difíciles, si me llamas me
encontrarás dentro de tu corazón en un sentimiento de paz y allí encontrarás mi
respuesta. No dudes en buscarme también entre las nubes, pues por allí solemos
pasear los ángeles cuando no se nos llama. Quédate tranquilo pues siempre te
vigilaré, por si me necesitas.
A la mañana siguiente
Olvido se despertó y notó que ya no era el mismo niño asustadizo y desamparado
al que un día extraviaron en un oscuro sótano. Ahora sentía una fuerza muy
grande en su interior que le elevaba y le guiaba a cada paso que daba y aunque
sus verdaderos padres estaban ausentes, se sentía unido a la vida y al
universo, que también velaban por él.
Los ratones se sintieron
felices de poder volver a gozar de su atención y compañía.
Pasaron los días y nunca
volvió a ver físicamente a la niña, ahora su ángel, pero la sentía dentro de sí
y sentía su paz y se sentía feliz por ello.
El matrimonio que allí
vivía se sentía triste porque había perdido a su hijita. Falleció
repentinamente, sin aquejarse de mal alguno, justo antes de que apareciera en
el sueño de Olvido.
Los días iban transcurriendo
y una mañana el niño fue visto por los padres de la niña fallecida y cuando le
vieron, algo en él les recordó enseguida a su hija y no tardaron en adoptarle
como nuevo hijo. De este extraño modo fue como Olvido, sin dejar nunca a sus amigos ratones, pasó a formar parte de una nueva familia que
le dio mucho cariño y muy buena formación. Fue un niño muy querido y valorado.
Eso sí, no les gustó su nombre y se lo cambiaron por el de Abdiel.
Nunca dejó de mirar ni un
solo día el cielo y recordar a la niña que se convirtió en su ángel y a quien
siempre escuchaba los consejos que le daba. Nunca jamás volvió a sentir soledad
en su interior, porque ella le acompañaba día y noche dentro del espacio de su
corazón.
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