En un paraje convivían diferentes animales con cierta
armonía, pero no completa, porque dos miembros de la comunidad estaban
enfrentados: el palomo y el pavo real.
El palomo era muy trabajador, apenas descansaba, siempre
estaba atareado. El pavo real era más bien algo perezoso, más contemplativo, algo
vanidoso al que le gustaba gozar de lo bueno que ofrece la vida: el sol, la
lluvia, la brisa, un buen baño… El palomo engullido por tanta acción, trabajo,
compromisos y responsabilidades no se fijaba para nada en su entorno.
Tanto el uno como el otro se menospreciaban, por tener puntos
de vista tan opuestos de vivir la vida. Eran tan antagónicos que la postura del
uno ofendía rápidamente a la del otro. Prácticamente no se hablaban y cuando lo
hacían, solo servía para crear una fuerte discusión. Si podían se evitaban y si
no se creaba tensión al verse y sus plumas se colocaban en vertical, al estilo
erizo.
Así fue que un día un
águila, viendo al palomo algo despistado y cavilando, se percató de que era una
presa fácil y fue tras él para capturarle. El palomo aunque estaba medio
absorbido por sus pensamientos, se vio cosquilleado por su sexto sentido y percibió las malas intenciones del águila
que descendía para llevárselo. Con toda su fuerza empezó a gritar visceralmente
pidiendo auxilio.
El pavo real que en aquellos momentos se encontraba cerca, en
una fuente termal, lustrando su bello plumaje y extrayendo algún que otro
piojillo, oyó sus alaridos despavoridos. Se centró y se percató de dónde
procedían y se dirigió de inmediato al rescate del palomo. –Yo te auxiliaré-
dijo al verle y aconsejó camuflarse tras unas plantas ostentosas de bonitas
flores, ambos se acurrucaron, escondiendo sus cabecitas y el pavo real desplegó su hermosa cola, en forma de tapadera, como si formase parte del paisaje
floral. Despistaron al ave rapaz, que aunque tiene fama de tener buena vista,
perdió su pista y cogió otra dirección.
Cuando el peligró cesó, ambos sacaron la cabeza de debajo del
ala y se miraron frente a frente, con el corazón latiendo rápido por el
reciente acontecimiento y desde aquel momento estrecharon lazos de hermandad y
un profundo respeto nació entre ellos.
Se corrió la voz del acto heroico del pavo real y por
unanimidad todos los miembros de la comunidad acordaron condecorarle con una
medalla diseñada de un precioso mineral, rodeada de unas pequeñas plumitas
blancas. Le fue colgada en su cuellecito, acompañada de un buen discurso de
agradecimiento. Le gustó tanto que no se la quitaba ni para tomar sus baños
termales y a cada paso que daba sacaba pecho, para lucirla con más honor. Desde
aquel día pasó a ser muy admirado, no por su plumaje sino por su
heroicidad.
¿Qué fue del palomo? Pues el palomo gracias a su nuevo amigo
aprendió que el descanso y el saber vivir las cosas bonitas que la vida ofrece
eran también cosas importantes a tener en cuenta y practicar para conseguir un
sano equilibrio.
Si tuviésemos que expresar una moraleja del cuento sería
esta: no debemos menospreciar a nadie, en la vida nunca se sabe de dónde
procederá la ayuda, a veces viene de quien menos se espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario