En un lejano pueblo de oriente existe una leyenda sobre un
dragón, al que llamaban ”ladrón de corazones”. Era muy temido, pues quien había
sido presa de este terrorífico animal, quedaba tocado por una extraña
melancolía, luego seguía una segunda fase donde el individuo para paliar ese
sentimiento y no sentir dolor, se atrincheraba en sí mismo, para hacerse fuerte
y lidiar con el exterior, pues el dragón había succionado toda energía amorosa
dejándolo árido y seco, tan seco que había sellado su interior con una capa de
hielo.
En aquel pueblo ya
quedaban pocos corazones, así que el rey decidió poner remedio a esta tremenda
situación e hizo anunciar a través de un mensajero que se compensaría con
grandes riquezas a quien pudiera liberarles de aquel monstruoso animal, que se
estaba llevando su felicidad y estaba dejando a sus habitantes en un frío raciocinio
extremadamente calculador. Algunos ya lo habían intentado sin éxito alguno.
En aquel pueblo, como es normal en otros, se celebraban
bodas. Las partes implicadas estaban ilusionadas con su enlace, pues sólo
deseaban llenarse de amor, pero transcurrido un determinado tiempo se daban
cuenta que el otro estaba vacío y nada podía darle sino exigir amor sin medida,
de forma insaciable. Estaban tan sedientos de amor, que se disfrazaban y usaban
complicadas estrategias, para poder obtenerlo de su cónyuge, pero la gran
frustración venía cuando todas sus artimañas fracasaban, porque el otro también
estaba esperando lo mismo para llenar su gran vacío. Como es normal un vacío no
podía llenar otro vacío. Se sentían subyugados, amargados, llenos de reproches
y exigencias que no se cumplían. Nadie quería dar, pero todos querían tomar
amor.
Un día pasó por aquel lugar un extraño ermitaño, que se
presentó como sanador. Era clarividente y más que ver personas, vio almas
esqueléticas que se paseaban por las calles. Aquello fue una visión
escalofriante: estaban muertos por dentro. Habría que insuflarles vida con
amor, pero aquello era mucho trabajo y le sobrepasaba. ¿Cómo podría sanarlos a todos? Entonces
después de darle algunas vueltas al asunto, se le ocurrió empezar por las
parejas y se ofreció como consejero matrimonial; pero no funcionó. Nadie quería
colaborar, el hielo interior no les
dejaba.
Habría que hallar algún nuevo remedio que fuera efectivo y al
mismo tiempo desarmase al dragón. Se inscribieron muchos más candidatos con
pócimas aparentemente extraordinarias. Hubo más de uno que contribuyó con
alguna brebaje de extrañas hierbas,
recogidas –según se cuenta- en un bosque mágico; pero éstas sólo le producían
un profundo sueño y aunque en ese estado era vulnerable la fierecilla, nadie
quería acercarse para darle muerte, por miedo a que se despertara.
Ya no acudían visitantes ni a las ferias, porque se había
corrido la voz de lo que acontecía y se rumoreaba que era un viaje de ida sin
vuelta. Los habitantes apenas salían de sus casas, porque estaban aterrados. Tan solo lo hacían para ir en busca
de alimentos y lo hacían con el miedo a regresar vacíos y fríos.
Cuando menos se lo esperaban, un día llegó a la villa una
extraña niña, que llevaba en la cabeza una especie de escafandra, esos cascos
que se ponen para bucear, ya habréis visto alguno. Se dice que era un habitante
de otra galaxia. Desconocía la existencia del dragón. Se paseaba por las
desérticas calles y aquello le pareció un pueblo abandonado. Mientras se
paseaba iba recogiendo alguna que otra semilla y algún que otro fruto. Gozaba
del calor del sol y de la suave brisa que levantaba sutilmente sus cabellos
dorados. Iba tarareando alguna canción cuando vio en el horizonte un fuego. Se acercó con cautela y vio al dragón
bostezando, mientras éste emitía una gran bola de fuego, que lentamente salía
de su boca, como una bocanada. La niña la
convirtió en una antorcha y jugaba con ella. El dragón medio somnoliento quedó
asombrado: en la niña había ausencia de miedo. Quedó desconcertado. La criatura
cuando se cansó de jugar, apagó la antorcha y se quedó mirándolo fijamente a
los ojos. Su mirada penetró su alma y vio en ella un gran vacío causado por un
gran abandono y falta de amor en su más tierna infancia. Palpó su dolor y se
enterneció. Se hizo copartícipe y en
aquel momento los dos eran el mismo corazón roto. La niña aprovechó esta oportunidad que se le
brindaba y a modo de transfusión le traspaso, voluntariamente y con gran
conciencia, parte de su energía amorosa, mientras se abrazaba a su lomo. El
dragón empezó a llorar, jamás nadie lo había abrazado y lloró durante todo un
año, sin cesar, con gran tristeza. Sus lágrimas tenían el poder de deshacer el
hielo del embrujo de los corazones que había helado.
La niña pidió a cada
uno de los habitantes de corazón rescatado, que se subiera encima del lomo del
dragón y lo abrazase. Y así fue, como poco a poco todos los habitantes sanados,
a diario, hacían cola para darle un abrazo, ya no le tenían miedo. Poco a poco
el tamaño del animal iba disminuyendo, también sus lágrimas. Finalmente cuando
la niña cumplió dieciocho años, el dragón se convirtió en un hermoso príncipe.
El rey, que no tuvo hijos, los adoptó
como suyos y les nombró sus sucesores. Se dice que gobernaron con gran corazón,
que sus acciones siempre fueron ecuánimes y que se propago una gran felicidad
entre todos sus habitantes. Todo extranjero que visitaba aquel cálido lugar era
contagiado de una gran fuerza amorosa y que a su vez éste también se convertía
en fuente de transmisión de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario