miércoles, 11 de febrero de 2015

LA BRUJA PIRULETA (Cuento)






La bruja Piruleta era una bruja de primera, se había graduado con la mejor nota. Su sombrero de cucurucho tenía tres estrellas de más, que las añadieron en reconocimiento a su brillantez en conjuros. Sabía como engatusar a sus víctimas y ponerlas en la olla, removiéndolas para sacar buen caldo, estaban hipnotizadas y se pensaban que estaban en una piscina.


El armamento de la bruja estaba hecho de crítica dura, falta de compasión, rechazo a los otros y catalogarlos. Una vez disminuidos de tamaño y encerrados en botes de vidrio etiquetados, los paseaba por todo el pueblo para que los enemigos e incautos esparcieran pensamientos negativos sobre ella, junto a las miserias de la víctima. Vaya! Si se esparcían, todos los habitantes cuchucheaban y creaban nubarrones negros.


La bruja se las  pintaba sola para enemistar los unos con otros, para dejar a alguna víctima arrinconada, bien atada, aislada: tan sola y triste que si no fuera por algún ángel que la rescatara, se hubiera muerto de pena.


Se la veía por el horizonte montada con su escoba rústica y su gran cucurucho, que era tan largo, como su lengua viperina.


Un día la bruja capturó a Pitufa con un cazamariposas, pues sus malas artes fracasaron, y la echó  a la olla. Pitufa empezó a sentir el calorcito del  fuego, que ya le subía por los pies y esto sonó como una voz de alarma: “tengo que salir de aquí…   como sea”. Empezó a rumiar algún que otro plan, pero todavía no veía el bueno, pero cuando vio a Piruleta preparar un nuevo conjuro, para convertir a un niño en un gusano de seda, se llenó de un frenesí  súbdito y con gran impulso por la indignación de toda la maldad de la bruja, de un salto salió de la olla y se fue directa a Piruleta. Se avalanchó sobre ella, quería ahogarla, dejarla sin sentido… pero cuando la tenía entre sus manos, gracias a la fuerza que le sobrevino, vio en sus ojos un vacío tan profundo como un pozo que no tenía fin, su corazón se enterneció y no pudo darle muerte.


Sucedió algo extraño: no sentía odio pero tampoco amor, era un sentimiento neutro, que le permitía tener el alma centrada, para hacer en cada momento lo que era más oportuno, según las instrucciones de su ángel. Ahora sólo podía seguir y sentir la voz del ángel, ninguna otra podría ya seducirle.



En aquel mismo instante Pitufa se convirtió en un instrumento celestial  que emitía una nueva fragancia que llenó el vacío del pozo y transformó los pensamientos y sentimientos de la bruja, convirtiéndola en una  hermosa musa, que sólo irradiaba belleza y bondad.   





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