La bruja Piruleta era una bruja de primera, se
había graduado con la mejor nota. Su sombrero de cucurucho tenía tres estrellas
de más, que las añadieron en reconocimiento a su brillantez en conjuros. Sabía
como engatusar a sus víctimas y ponerlas en la olla, removiéndolas para sacar
buen caldo, estaban hipnotizadas y se pensaban que estaban en una piscina.
El
armamento de la bruja estaba hecho de crítica dura, falta de compasión, rechazo
a los otros y catalogarlos. Una vez disminuidos de tamaño y encerrados en botes de vidrio etiquetados, los paseaba por todo el pueblo para que los enemigos e incautos esparcieran
pensamientos negativos sobre ella, junto a las miserias de la víctima. Vaya! Si
se esparcían, todos los habitantes cuchucheaban y creaban nubarrones negros.
La
bruja se las pintaba sola para enemistar los unos con otros, para dejar a
alguna víctima arrinconada, bien atada, aislada: tan sola y triste que si no
fuera por algún ángel que la rescatara, se hubiera muerto de pena.
Se la
veía por el horizonte montada con su escoba rústica y su gran cucurucho, que
era tan largo, como su lengua viperina.
Un día
la bruja capturó a Pitufa con un cazamariposas, pues sus malas artes fracasaron,
y la echó a la olla. Pitufa empezó a sentir el calorcito del fuego,
que ya le subía por los pies y esto sonó como una voz de alarma: “tengo que
salir de aquí… como sea”. Empezó a rumiar algún que otro plan, pero
todavía no veía el bueno, pero cuando vio a Piruleta preparar un nuevo conjuro,
para convertir a un niño en un gusano de seda, se llenó de un frenesí
súbdito y con gran impulso por la indignación de toda la maldad de la bruja, de
un salto salió de la olla y se fue directa a Piruleta. Se avalanchó sobre ella,
quería ahogarla, dejarla sin sentido… pero cuando la tenía entre sus manos,
gracias a la fuerza que le sobrevino, vio en sus ojos un vacío tan profundo
como un pozo que no tenía fin, su corazón se enterneció y no pudo darle muerte.
Sucedió
algo extraño: no sentía odio pero tampoco amor, era un sentimiento neutro, que
le permitía tener el alma centrada, para hacer en cada momento lo que era más
oportuno, según las instrucciones de su ángel. Ahora sólo podía seguir y sentir
la voz del ángel, ninguna otra podría ya seducirle.
En
aquel mismo instante Pitufa se convirtió en un instrumento celestial que
emitía una nueva fragancia que llenó el vacío del pozo y transformó los
pensamientos y sentimientos de la bruja, convirtiéndola en una hermosa
musa, que sólo irradiaba belleza y bondad.
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