martes, 11 de febrero de 2014

EL PEQUEÑO OLVIDO (cuento)


 
 

Una familia trasladó su residencia a otro barrio y, entre tanto ajetreo de la mudanza, el hijo pequeño quedó olvidado en el sótano de la nueva casa, entre enseres que nadie reclamaba por su antigüedad e inutilidad.

 
Lo más curioso es que nadie reclamase su presencia, ni le echasen de menos. Ponían tres platos, en lugar de cuatro y todo lo ajustaron a tres miembros familiares, parecía que todo entraba dentro de la más  absoluta normalidad.

 
Mientras la vida del pequeño transcurría en la más  plena oscuridad de aquel habitáculo, cuya única compañía eran los muebles viejos. A tientas iba familiarizándose con ellos. Se decía para sí mismo: “Ah!, tu eres una silla, pues te llamaré Sevilla –quien va a Sevilla pierde su silla. Tú eres un balancín, pues te llamaré bailarín –por tu movimiento…” y así iba ahuyentando el miedo que sentía por estar encerrado a oscuras y completamente solo.
 

Balancín era quien más le consolaba gracias a su balanceo y quien calmaba sus sollozos, cuando estos le sobrevenían.
 

A los pocos días el niño empezó a tener hambre y a encontrar en falta el habitual alimento. Se entristeció por la ausencia de comida, pero Balancín lo abrazó diciéndole: “No temas, la providencia proveerá con nuevos alimentos”, pero el niño no paraba de llorar por el hambre y también por la humedad, que ya empezaba a calar en sus pequeños huesos. Por la noche, cuando dormía acurrucado en un viejo y polvoriento sofá, un pequeño ruido le despertó y vio unas pequeñas lucecitas que apenas iluminaban un rinconcito. Se acercó y vio una fila de  doce ratoncitos. El niño exclamó:”¡Pero si hay vida animal! Benditos ratoncitos. ¿Queréis ser mis amigos?”. Los ratones se quedaron muy sorprendidos, pues ningún humano jamás les había hecho una propuesta similar. Fue entonces cuando Sevilla intervino: “no temáis amigos, es solo un pobre niño abandonado, indefenso, que está solo y busca vuestra compañía. Apiadaros de su soledad”. –Hum…! Bueno dijo mamá ratón, ¿Por qué no? Yo podría adoptarte, pero tienes un tamaño exagerado para formar parte de mi familia”. Entonces Bailarín intervino: “No te iría mal, seguro que os podrá ayudar en algunas cosas…”.  -Bueno vale, me ocuparé de él –dijo ella-. Y de este modo fue adoptado. Cada noche le traían un poco de alimento y los más pequeños jugaban con él. Este pequeño, pero importante cambio, trajo un poco de sosiego a su vida.
 

Un día todos sus amigos, de aquel extraño habitáculo, decidieron bautizarle con el nombre de Olvido. Al niño le pareció bien, pues como nadie  pronunciaba  ya su nombre original   llegó a olvidarlo.

 
El arropamiento de sus nuevos amigos hicieron, que poco a poco, sus huesos se restablecieran y formasen una capa de impermeabilidad que repeliese la humedad.
 

Los nuevos hermanos se reunían con el niño cada noche e inventaban nuevos juegos. Un día mientras gateaba para seguirles, dio con una trampilla. La abrió y vio un túnel  y del fondo se oía como una voz susurrante que le invitaba a bajar y le decía: “Si bajas tu destino cambiará, vence  tu miedo”. Los ratoncitos intentaron frenarle, pero no lo lograron y se fue tras la voz por el interior del túnel. Sus numerosos hermanos se miraron y decidieron también bajar, pues intuían que necesitaría de su ayuda y la madre que los vio también se sumó a la aventura.
 

Todos seguían una tenue luz, que se veía a lo lejos. Aquel pasadizo se veía muy confortable para ser únicamente una vía subterránea.  Sus linternitas enfocaban paredes  que estaban bellamente decoradas con minerales preciosos y también contenían bellas pinturas murales. Se quedaron muy sorprendidos, más bien aquello parecía un museo. Apreciando toda aquella belleza, iban siguiendo su trayectoria, aunque no sabían a dónde les llevaría.
 

Los ratones empezaban a preocuparse por la ausencia de alimentos, pues allí no se veía indicio de ningún almacén, ni despensa ni conducto que llevase a ninguna cocina. Anduvieron varios días y cuando ya empezaban a preocuparse en demasía,  se  oyó una voz humana. El ratón más joven se percató de un  ruido, alzaron la cabeza y vieron unos hombres en un elevador. "Debemos escondernos, que no nos vean o estamos perdidos" –dijo un ratón-. Cuando se marchen utilizaremos el elevador para ver si nos conduce al encuentro de algún alimento.  
  

Esperaron a que se marchasen y se subieron, fueron ascendiendo hasta que se paró y se bajaron.
 

Traspasaron una puerta y no daban crédito a lo que veían, frente a sus ojos se alzaban muchos sacos de alimentos: hortalizas, cereales, frutas... No pudieron contenerse y empezaron a dar saltos y bailotear, pero el niño les hizo callar, pues no era prudente  hacer ni el más mínimo ruido, sin antes confirmar que no había nadie en aquella habitación. De puntillas fueron desplazándose, hasta asegurarse de que estaban completamente solos. Entonces, ya tranquilos, comieron hasta saciarse. Viendo que en ese lugar la comida estaría asegurada generosamente, decidieron instalarse. Aquello era como un hotel de lujo, donde nada faltaba.
 

Ahora, poco a poco, tendrían que descubrir y conocer, aunque fuera de lejos, a los propietarios y habitantes que allí residían.
 

Empezaron a registrar todas las preciosas habitaciones y poco a poco, con cautela, fueron descubriendo a las personas que allí vivían. Había muchos sirvientes, quizás demasiados, para tan pocos humanos. Servían tan solo a un matrimonio que tenía una niña. Olvido enseguida se fijó en ella,  los padres la llamaban Áurea, a él le parecía una estrella, pues irradiaba una extraña luz por la cual se sentía muy atraído y quería conocerla, pero debía meditar como acercarse sin que ella  se asustara. Por el momento tan solo la observaba, según los ratones pasaba demasiadas horas mirándola y empezaban a preocuparse por su actitud ensimismada. Parecía tan ausente y tan indiferente a su compañía, que se sintieron ofendidos; pero la madre les informó, que esto podía ser normal, al fin y al cabo era una niña de su misma edad y él había perdido a su verdadera familia. De este modo sintieron cierta compasión hacia él, aunque no gozaban de su compañía como antes, pues ya no se sumaba a sus juegos.

 
Aquella niña era muy distinta a las que había conocido, era muy tranquila y sus movimientos eran lentos y armónicos. Sus actitudes y gestos eran más maduros de los que corresponderían a su edad. La admiraba, pero a la vez no se sentía a  su altura y temía dar el paso de conocerla por miedo a ser rechazado; sin embargo había una fuerza mayor en él que le impulsaba a hacerlo. Quería ser su amigo, pero le parecía una pequeña Diosa o una princesa. Era como un ser precioso que le parecía inaccesible. Cada día la observaba, no dejaba de hacerlo ni un solo día. Se sentía imantado hacia ella, sin saber exactamente por qué. Los ratones ya le daban por un caso perdido, pues solo ella tenía exclusivamente su atención. De todas formas a diario lo vigilaban y le llevaban alimento.

 
Un día apareció en uno de sus sueños y la vio a su lado silenciosa irradiando esa energía que tanto apreciaba, era como un bálsamo para su ser. Vestía de blanco, le cogió de la mano y dijo: “Es hora de elevarnos”. No sabía cómo pero en unos instantes, sin artilugio alguno, se elevaron y al poco rato flotaban entre nubes.
 

Le miró y le dijo telepáticamente, que era su forma de comunicarse: “¿Qué se siente al estar a la misma altura de las nubes? –y Olvido respondió: “Gran libertad y amplitud de miras, no hay límites”. –Exacto –respondió ella y continuó diciendo: “Sé que querías conocerme, estar a mi lado y aquí estamos los dos, ahora reposando sobre una nube de algodón, construida especialmente para nosotros. Porque lo sepas o no, eres muy especial y me han asignado tu guarda.” –Todo esto se lo dijo mirándole de frente a los ojos, mientras él recibía sus pensamientos sin mediación de ninguna palabra. –Bueno ahora  ya nos conocemos, pero al despertar ya no me verás más, solo podrás sentirme y escucharme dentro de tu corazón. Acude a mí siempre que estés desorientado, yo te podré aconsejar sabiamente, no lo dudes. Yo barreré tus dudas, tus miedos… acude a mí, porque yo soy desde hoy tu ángel  y siempre estaré contigo, en tu mismo camino de la vida, para guiarte, incluso en los momentos más difíciles,  si me llamas me encontrarás dentro de tu corazón en un sentimiento de paz y allí encontrarás mi respuesta. No dudes en buscarme también entre las nubes, pues por allí solemos pasear los ángeles cuando no se nos llama. Quédate tranquilo pues siempre te vigilaré, por si me necesitas.
 

A la mañana siguiente Olvido se despertó y notó que ya no era el mismo niño asustadizo y desamparado al que un día extraviaron en un oscuro sótano. Ahora sentía una fuerza muy grande en su interior que le elevaba y le guiaba a cada paso que daba y aunque sus verdaderos padres estaban ausentes, se sentía unido a la vida y al universo, que también velaban por él.
 

Los ratones se sintieron felices de poder volver a gozar de su atención y compañía.
 

Pasaron los días y nunca volvió a ver físicamente a la niña, ahora su ángel, pero la sentía dentro de sí y sentía su paz y se sentía feliz por ello.
 

El matrimonio que allí vivía se sentía triste porque había perdido a su hijita. Falleció repentinamente, sin aquejarse de mal alguno, justo antes de que apareciera en el sueño de Olvido.

Los días iban transcurriendo y una mañana el niño fue visto por los padres de la niña fallecida y cuando le vieron, algo en él les recordó enseguida a su hija y no tardaron en adoptarle como nuevo hijo. De este extraño modo fue como Olvido, sin dejar nunca a sus amigos ratones,  pasó a formar parte de una nueva familia que le dio mucho cariño y muy buena formación. Fue un niño muy querido y valorado. Eso sí, no les gustó su nombre y se lo cambiaron por el de Abdiel.

Nunca dejó de mirar ni un solo día el cielo y recordar a la niña que se convirtió en su ángel y a quien siempre escuchaba los consejos que le daba. Nunca jamás volvió a sentir soledad en su interior, porque ella le acompañaba día y noche dentro del espacio de su corazón.

 

 

 

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