En una región lejana, en África, vivía una comunidad de
elefantes. El gobernante de la manada se llamaba Mamutón. Era el más viejo y
sabio. En la piel de Mamutón podía, a través de sus innumerables arrugas del
transcurso de muchos años, leerse todas las batallas acontecidas en su vida, de
las cuales había resurgido o bien había sucumbido; pero de todas había sabido
extraer una sabia lección que ahora le servía para ser un buen consejero de los
habitantes de su comunidad. Había acumulado muchísima experiencia a lo largo de
los muchos años vividos y todos confiaban y valoraban sus sabios consejos. También era venerado por
ser un buen dirigente, sus acciones siempre eran ecuánimes y su sentido de la
justicia inmejorable.
A él no sólo acudían
elefantes sino una buena pluralidad de especies que vivían en aquel ámbito y
todos aplicaban sus consejos con éxito, mejorando la calidad de sus vidas. Era
un elefante muy querido, pero una noche cuando todos dormían vino a buscarle el
ángel de la muerte, para que su alma le acompañase. Así fue que al amanecer le
encontraron tendido, sin vida, junto a un gran árbol. Todos se entristecieron ante tal
pérdida. Se había ido un gran amigo, sabio, consejero y era irremplazable,
todos lo sabían, pero había que buscar un sucesor para que les guiara.
Crearon una asamblea para votar un nuevo candidato, pero
aquello no resultó; nadie podría reunir todas sus cualidades. Finalmente
decidieron crear un nuevo sistema gubernamental: cada uno aportaría a la
sociedad su mejor cualidad. Así lo hicieron
y llamaron a este nuevo sistema: “modelo cooperativo”. En este sistema
todos se sentían muy felices, porque cada cual se sentía plenamente realizado
al poder poner al servicio de la comunidad sus talentos y ver que estos eran
muy apreciados. Dejó de existir la frustración laboral, porque cada cual
realizaba aquello que mejor sabía hacer. El “modelo cooperativo” también creó
un lazo de hermandad entre todos sus componentes, viendo que todos eran
necesarios y apreciados. Su corazón estaba repleto y también desaparecieron
algunos problemas relacionales procedentes de la frustración vocacional. Descubrieron
que gran parte de su dicha radicaba en dar lo mejor de sí mismos y en ayudarse
mutuamente los unos a los otros y que la unión hace la fuerza.
Si algún habitante no sabía cómo resolver un determinado
problema, era expuesto en una asamblea y algún otro le aportaba la
correspondiente solución. Se sentían tan felices que casi bien desaparecieron
los problemas personales y de los externos entre todos iban resolviéndolos con
éxito; pues también sabían que en caso de más dificultad “Mamutón”, allí arriba, junto a las estrellas, les
enviaría sus bendiciones en forma de buena energía para iluminar sus mentes.
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