En una modesta casita ubicada en un pequeño pueblecito, vivía una niña llamada
Alba con sus abuelos. Sus padres la dejaron con ellos para que se hiciese cargo
de su cuidado, porque eran mayores y necesitaban ciertas atenciones, que ellos
no querían atender y las delegaron en su hija. De esta forma se liberaron
también de atender a su hija. Alba tenía tan solo once años, para hacer frente
a todas aquellas tareas que le
encomendaron y que debía cumplir diariamente. A veces se sentía abrumada, pero
por suerte los abuelos la querían mucho y también ellos terminaron colaborando,
dentro de sus posibilidades en alguna que otra tarea o bien le aconsejaban como
simplificar algunos trabajos para que no se agobiase, pues sabían que era tan
solo una niña y que tendrían que encontrar espacios
para que pudiera jugar. Alba también correspondía al amor de sus abuelos y en
más de una ocasión se inventaba juegos en los que ellos pudiesen participar. La
armonía de la relación era tan buena que la salud de los abuelos se vio
favorecida restableciéndose de sus dolencias, pero no informaron a los padres
de Alba, por miedo a ser separados. En esto los tres estaban totalmente de
acuerdo en permanecer juntos y ahora la niña tenía más tiempo para jugar.
Un día la niña estaba jugando con un perro abandonado que quería
hacerse amigo suyo, corriendo hacia arriba y hacia abajo, sin darse cuenta se
adentró en un bosque al que llamaban: bosque prohibido.
Alba corría detrás del animal, se estaban divirtiendo tanto
juntos que no se dio cuenta, hasta pasadas unas horas, que estaba perdida y la
tarde oscurecía. Se aterrorizó y empezó a llorar, pues no veía como volver a la
casa de sus abuelos. El perrito volvió a
su lado al oírla y le lamía la cara consolándola, pero la situación era dura,
pues aquel bosque no gozaba de buena reputación.
La noche llegó y la notó más oscura que nunca, a la vez que
escuchaba algunas voces de distintos animales que todavía la asustaron más.
Había oído tantas cosas de aquel bosque: que los árboles tenían brazos, que la
tierra se abría para apresar a los perdidos y que existía un dragón marino, que tenía más de
cien cabezas y que era dificilísimo defenderse de sus ataques de fuego; pero
también se decía que quien consiguiera domesticarlo sería devuelto a su casa
con un gran tesoro.
Amaneció y se despertó. Se dijo a sí misma: "perdida estoy,
para regresar a casa debo conocer el dragón".
Alba caminaba junto a su perro, que se convirtió en su nuevo e
inseparable amigo y empezaron un largo peregrinaje. Un día mientras caminaban,
la tierra empezó a agrietarse de una forma violenta, desapareciendo la
estabilidad. Al rato las grietas se volvían a unificar y al otro rato se
volvían a separar. Debía de estar muy atenta para no caer en ellas cuando se
volviesen a abrir. Debía de estar muy presente en cada minuto, para no errar sus pasos e ir a la deriva. El tiempo
transcurría y a pesar de las circunstancias nunca se había sentido tan viva y
presente, abierta a lo que el bosque le iba trayendo en su travesía en busca
del dragón.
Un día, aunque estaba muy atenta, una gran grieta se abrió entre el pie izquierdo y el derecho y no
podía evitarla, sus piernas se iban estirando de un lado a otro y, cuando ya
casi se iba a caer, vio que unos brazos la recogían salvándola de ser engullida
por la tierra, eran los brazos de un anciano roble. Se sintió muy agradecida y
así se lo expresó. El árbol por su parte le dijo: “solo salvo a los seres que
ejercen su atención diaria a todos los acontecimientos que la vida les ofrece, sean cuales fueren.
Esa es mi consigna y tú la has sabido aplicar. Alba durante el día vives
plenamente despierta y solo duermes por la noche. Hay poca gente como tú; la
mayoría vive en un estado semisoñoliento durante el día, un estado -por decirlo
de alguna manera- vegetativo y rutinario. Bien, te has ganado mi respeto y por
ello voy a premiarte con un mapa y esta caja en la que encontrarás todo cuanto
necesitarás, para encontrarle y enfrentarle.
Alba y su fiel perro prosiguieron la ruta que el mapa sugería
y finalmente llegaron al lago Azul, donde vivía el famoso dragón. Le vieron a lo lejos, con un sinfín de cabezas
y un escalofrío recorrió su cuerpo. Veía difícil abordarle de frente, pues la
posibilidad de sobrevivir eran pocas, había que hacerlo de otro modo, aunque no sabía todavía de qué forma.
Abrió entonces la caja y vio dos trajes de amianto, un martillo, una llave, una
pócima y una linterna. Lo miró todo con detenimiento, sabía que todo le sería
útil y lo volvió a guardar; pero no tardó en volver a abrirla para sacar los dos trajes, uno
era de su medida, el otro era un traje para el perro. Se vistieron con ellos,
se miraron y Alba le dijo al perro: “Ya sé, como lo haremos! Tenemos que entrar en su cuerpo a través de
su oreja, pero no será fácil, tendremos que esperar a que esté completamente
dormido y probar suerte. Una vez dentro de su cuerpo, domesticaremos su corazón y perderá su ferocidad. Vamos a tomar parte de la pócima, creo que nos va a
disminuir mucho nuestro tamaño, lo convertirá en el apropiado para poder
penetrar por su oreja. Bien, vámonos!”.
Así lo hicieron y se volvieron del tamaño de una abeja y de
sus trajes nacieron unas alas que les llevaron hasta el mismo dragón,
silenciosamente y les depositó en la misma oreja del animal. Una vez allí, linterna
y cuerda en mano, se deslizaron por el interior hasta llegar a la altura del
corazón. Enfrente solo veían un bloque
duro de cemento armado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. ¿Dónde
estaba el corazón? Recordó entonces que
en la caja había un martillo y empezó a golpearlo. Pasaron varios días antes de
poder derribarlo del todo, pero llegó el día en que se derrumbó completamente y
vieron frente a frente un niño enjaulado. Alba le preguntó que cómo había sido
apresado y el niño respondió que una bruja le había estado alimentando con un
extraño veneno que creo a ese infernal
animal, que terminó por engullirlo y encarcelarlo allí dentro, completamente
olvidado y desconectado de la vida, aislado por ese gran bloque.
Bueno, vamos a liberarte, creo haber visto una llave que
supongo podrá abrir esta cerradura. La introdujo y se abrió la puerta de la
jaula, pero el niño tenía miedo de salir de allí dentro, pues habían
transcurrido ya algunos años desde que había sido encerrado. Alba comprendió su
miedo, pues tantos años de soledad no habían sido buenos compañeros, así que le
tendió su mano. Él le cogió de la mano y con pasos indecisos y temblorosos
finalmente logró abandonar aquella
prisión.
Los tres, juntos, emprendieron el viaje de vuelta y cuando
estaban subiendo por el interior de la garganta del dragón, fueron expulsados
al exterior por un gran estornudo del animal, durante los segundos de
encontrarse suspendidos en el aire del exterior, el dragón se transformó en un
hermoso cisne y los tres fueron a caer encima de él, como si de una nave se
tratara que los llevó rumbo a su hogar. Navegaron varios días, hasta ser
dejados cerca de la aldea de sus abuelos. Abandonaron el lago, tomaron parte de
la pócima para retomar el tamaño natural de sus cuerpos y prosiguieron a pie
hasta encontrar su casa. Entraron y no encontraron a sus abuelos. Salieron y,
al preguntar a unos y otros, se enteraron de que habían fallecido hacía un par
de días. Este fue un duro golpe para Alba, que se quedó perpleja al recibir la
noticia.
Dentro de su tristeza ante tal pérdida, un pájaro se posó en su hombro trayéndole este pensamiento:
la vida es un cambio continuo al que no podemos oponernos, solo fluir de la
mejor manera y aprender de cada acontecimiento y aceptar los cambios y retos
que esta nos proporciona, pues es la sabia de nuestro crecimiento y madurez. La
vida se lleva en ocasiones a unas personas y trae a tu vida otras.
Alba, el niño y el perro decidieron vivir juntos en la casa
que fue de sus abuelos. Todos querían permanecer juntos, pues tanto el niño
como el perro sabían bien lo que era la soledad y ahora también ella sentía la
soledad de la ausencia de sus abuelos. Así que los tres valoraban la compañía y
amistad que podían ofrecerse los unos a los otros y establecieron unos bonitos
lazos de amistad. Descubrió que el tesoro que le ofreció el dragón fue poder
gozar de la amistad y compañía de sus nuevos amigos, en ausencia de sus abuelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario